jueves, 30 de enero de 2014

Sueños embotellados



Nunca pensó que caminar por la playa con los pies desvestidos (ya que no le gustaba), sintiendo cada uno de los minúsculos granos de arena que forman parte de la alfombra de entrada al horizonte, le reportaría un placer tan celestial.


-¿ Porque no he venido a hacerte una visita antes mi amor?- pensó mientras miraba el azul prado que tenía delante, recordando que un día, esa inmensidad imponente fue la mejor de sus amantes.
-¿Porque era un mar de dudas?- río pensando en el juego de palabras simple y rápido que había creado. Sabía que no era sumamente gracioso, pero a él le gustaba catalogarse como divertido y pensar que tenía un humor socialmente aceptado, incluso valorado.

Admiró aquella luz vibrante, cegadora, sobrecogedora y envolvente, que nos es regalada por el universo cada mañana. Esnifó cada gramo de salitre transportado por el dios Bóreas, éste que trae el frío aire invernal y se tocó la nariz para comprobar que como siempre, se mantenía helada, al borde del congelamiento.

Cada huella que iba creando en su camino era un símil a su vida, rememoraba una historia que había sucedido en el pasado, y que, junto a muchas más, habían ido formado parte del sendero y lo habían perfilado. Esas huellas se habían ido borrando a medida que iba avanzando en su camino hacía su nuevo horizonte, pero cuando echaba un vistazo atrás se daba cuenta que cada uno de esos pasos, definían la esencia de la aventura y le habían llevado a estar más cerca de donde quería estar.

-¿ Y donde quería estar?- pensó
-Aquí y ahora- verbalizó.

Su piel estaba erizada, fruto de la sensación que experimenta el cuerpo al ser expuesto al sol cálido de una mañana de invierno y la brisa que roza cada rincón visible de su alma.
Esa misma brisa marcaba el ritmo del baile juguetón que llevaban cada uno de los mechones de su pelo, de izquierda a derecha, de arriba a abajo, de delante a atrás… recordándole aquellas tardes de melodías, en donde intentar enseñar la entonación de una partitura a su sobrino Gabriel, era chocolate puro con frambuesa (su postre favorito). Esas clases de solfeo llenas de notas desafinadas sonaban en el garaje de la casa de sus compañeros de calle, allí en SU Portonovo.
Ese puerto nuevo, que le había visto nacer, crecer y le había dicho adiós hacía más de diez años.

…Como lloraron algunos pocos cuando se fue… Ahora mismo, era consciente de que eran más pocos que muchos...menos que más…era consciente de que algunas de las perlas que había encontrado en su camino, habían dejado de brillar…pero otras eran puros diamantes…

El garaje era un lugar frío, salvaje, destartalado, tenue, gris, melancólico, hambriento de luz, desamparado y totalmente desolado. Aún así dos veces por semana, como arte de magia se convertía en una habitación amarilla tirando a naranja, como de atardecer, una habitación cálida, donde se podía encontrar complicidad, confidencialidad y ternura. Pero esto no era fruto del azar, o fruto del encontronazo de un personaje mágico que a toque de barita acallaba los gritos desesperados de la habitación por ser habitada, hogarizada (palabra que había inventado con unos amigos una tarde de guitarras, birras, petas y rock español)…esto era pura vida.

La mente de Teo se evade……Pura Vida…conciertos en bares, surf, olas, curvas caribeñas, color tostado, olor a café, una toña, pasta de frijol, pipa fría, una paila, una cumbia a la luz de la luna y un “casamiento” …aunque con ella, si se hubiera casado…con pollo o con ternera, con arroz y con frijol…con dinero y sin dinero, con limón y sal, con nata y con sirope de caramelo, en la playa y en la montaña…pero alto! esto ya se había escrito y ahora se encontraba frente a nuevas hojas que rellenar.

Para Gabriel su tío era…admiración en estado puro, el caballo ganador de la carrera, el galgo más veloz, el pirata triunfador que siempre conseguía encontrar su tesoro y se llevaba a la bella dama…su musa, su inspiración.
   
Gabriel no sentía interés alguno por la música, pero estar cerca de su tío le hacía sentir GRANDE. Esta es la razón por la cual, aquel joven destinaba esas ocho tardes al mes, en aprender a disfrazar un desinterés musical por una pasión musical al más estilo beso de Hollywood.

El problema hasta aquí fue…que el músico no supo leer entre líneas, no supo ver la admiración en los ojos del apasionado, del discípulo y cegándose de amor propio…se alejó, decidió tomar lo que era suyo, su propia vida y alejándose lo dejó solo. Solo frente a problemas familiares, deudas, enfermedades…sufrimiento sin clave de sol.

Y así estaba él ahora, solo, paseando por su memoria, removiendo su pasado y deteniéndose a observar aquellas pequeñas piedras preciosas que había ido dejando atrás en su viaje, sin haber reparado en ellas durante el trayecto.

Tomó aire, se sentó en la arena y volvió a leer la carta.
No se detuvo en las palabras hirientes, porque se ruborizaba, se avergonzaba al tener que reconocerlas como verdades indiscutibles y terroríficamente asumibles.
Releyó rápidamente hasta la historia de las estrellas, no había recordado esa noche en años, hasta que llegó a la línea 25 del segundo folio de la carta.

…Aún recuerdo aquella noche en la playa (decía la carta)…en la que me hiciste creer que aquellos pequeños faros de luz, eran pequeñas luciérnagas mágicas que concedían deseos, recuerdo como fuimos redactando mentalmente mi lista de los sueños, como fuimos reflexionando y como por arte de magia me hiciste meter dentro de aquel frasco cada uno de ellos, como lo tapamos con aquel corcho y como me dijiste que cada una de esas estrellas, ahora eran mías y que podía hacer con aquellos sueños lo que quisiera. Eran míos, solos míos…y nadie podría arrebatármelos jamás, porque yo era el dueño de los mismos.
…Aún recuerdo el primero de ellos, que nunca compartí contigo (orgullo de adolescente) ser como tú y estar siempre a su lado.

En ese momento sintió una puñalada en el alma y sintió que quería ser grano de arena, y dejarse transportar por el viento, hasta allí, hasta aquel pueblo de Galicia, hasta aquella habitación de hospital donde se encontraba su hermano, hasta el sillón de al lado de la cama donde estaba Gabriel cada noche descansando.
Ser ágil, ligero, imperceptible a la vista pero no al tacto…quiso estar en forma de abrazo.
Quiso ser su manta de sofá del domingo por la tarde, quiso ser su jersey de lana, su cadena del cuello, su bufanda, su sábana…quiso ser…y estar…


A la mañana siguiente reservó el primer vuelo disponible con destino Pontevedra.
Un billete de ida…
Bajó las persianas de su apartamento en San francisco, como si fuera a volver la semana  siguiente y cogió unas pocas prendas de vestir.

Al llegar al hospital, solo llevaba un objeto entre sus manos…
Al entrar en la habitación 302, Gabriel no pudo contener las lágrimas de emoción al ver a su tío y ver lo que llevaba en las manos, era una pequeña botella llena de diminutas estrellas doradas que se movían al compás de los movimientos de la mano que la sostenía…

Teo con una sonrisa en su cara…le dijo…en mis sueños estás
Le dio una botella vacía y le dijo: He venido para quedarme, ¿me ayudas a llenarla?

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