martes, 23 de octubre de 2012

El reflejo en el canal

Embarcadero que encontramos durante nuestro viaje en el barco de Floris 30/09/2012

Esa tarde de Otoño...
Jacinta y su abuela habían decidido pasarla en el embarcadero que tenían enfrente de su casa. 
La mayoría de los canales en Amsterdam, cuentan con pequeños embarcaderos de madera, donde turistas venidos de todas las partes del mundo, suben y  bajan de los múltiples barcos que ofrecen recorridos turísticos por la ciudad.

Este apeadero, no era de esa clase, éste era utilizado por los autóctonos de la ciudad. 

La abuela de la pequeña sabía que podían pasar la tarde allí, sin molestar a ninguno de sus vecinos.
Solo necesitaban sus pequeños taburetes, su cesta de muffins recién hechas y unas pequeñas mantas viejas que habían resguardado las piernas de Greta durante más de 50 años. 

Aún recordaba, como si fuera ayer, aquella noche que Martín, le había llevado a ese lugar mágico.
Habían conversado durante horas, escuchando la historias del otro sin perder ningún detalle, reído a carcajadas mientras comentaban los chismes del barrio y...sin darse cuenta...se habían enamorado.

Aquellos dos jóvenes holandeses, habían parado el tiempo de sus relojes, habían conseguido que por un instante la tierra no girara alrededor del sol y girara alrededor de ellos, dejando que cada segundo fuera mágico, eterno e irrepetible.

Martín prestaba tanta atención a las palabras de Greta, que parecía que tuviera en su cabeza una pequeña cámara super 8, con la cual poder filmar cada uno de los pequeños movimientos, gestos, sonrisas y miradas con las que Greta le deleitaba. 
Ella le miró tantas veces y con tanto detenimiento, que podría haber descrito cada milímetro de su rostro. Incluso podría haberlo dibujado con sus ojos vendados.

 Esperaron a que se hiciera de noche, y mientras Martín acariciaba el lacio pelo de Greta, apareció el reflejo, casi idéntico, de la luna en el agua del canal.

Él cogió su mano y mirándole a los ojos firmemente le dijo: - Greta, yo...o...o (tartamudeó) me siento como este canal que ansía que cada día desaparezca el sol más pronto, para que se pose la luna sobre sus aguas durante más tiempo.
Siempre que te veo pasar por delante de mi panadería o veo tu reflejo en el cristal de la vitrina, deseo que el mundo se pare y como el reflejo de la luna en el agua del canal, tu permanezcas a mi lado siempre...

-Abuela, abuela...¿me oyes? parece como si estuvieras en otra parte-
-Perdona cariño, pero acabo de recordar una de las historias más bonitas de mi vida.

Jacinta tenía 5 años y de todos sus hermanos ella era la que solía pasar muchas mas horas con su abuela, ella inventa historias fantásticas y por ello la adoraba.
Siempre que llamaban al timbre, Jacinta corría a la ventana para ver si de su abuela se trataba, ya que sabía que siempre tenía alguna aventura nueva que contarle. Cuando era así, la nieta bajaba las escaleras dando saltos de tres en tres escalones para salir a la calle gritando Omaaaaaa!!!! y saltando sobre sus brazos , ya cansados por la edad, le daba un beso sonoro que hacía reír a la abuela.

Greta adoraba esa exaltación de felicidad que siempre encontraba al entrar en casa de su hija. Prefería ir ella a visitarlos , solo por ver en los ojos de Jacinta, ese brillo intenso, que solo lo volvían a ver cuando la niña veía a San Nicolás llegando en su barco español el día 5 de diciembre.
Ese día Jacinta, no podía ni articular palabra...

Con su oma la pequeña niña se quedaba ensimismada como si no hubiera nadie más a su alrededor y preguntaba sin parar...

Pero esa tarde en el canal, como si de un adulto se tratara, Jacinta no preguntó nada, ya que pudo ver en los ojos llenos de lágrimas de su abuela... el reflejo de la luna.


Porque somos lo que somos...
...porque somos parte de esas personas que ya no están entre nosotros. 

Cada vez que no veamos la luna, recordemos que sus reflejos nos acompañan en cada momento de nuestra vida. 








1 comentario: