Nunca pensó que caminar por la playa con los pies
desvestidos (ya que no le gustaba), sintiendo cada uno de los minúsculos granos
de arena que forman parte de la alfombra de entrada al horizonte, le reportaría
un placer tan celestial.
-¿ Porque no he venido a hacerte una visita antes
mi amor?- pensó mientras miraba el azul prado que tenía delante, recordando que
un día, esa inmensidad imponente fue la mejor de sus amantes.
-¿Porque era un mar de dudas?- río pensando en el
juego de palabras simple y rápido que había creado. Sabía que no era sumamente
gracioso, pero a él le gustaba catalogarse como divertido y pensar que tenía un
humor socialmente aceptado, incluso valorado.
Admiró aquella luz vibrante, cegadora,
sobrecogedora y envolvente, que nos es regalada por el universo cada mañana. Esnifó
cada gramo de salitre transportado por el dios Bóreas, éste que trae el frío
aire invernal y se tocó la nariz para comprobar que como siempre, se mantenía
helada, al borde del congelamiento.
Cada huella que iba creando en su camino era un
símil a su vida, rememoraba una historia que había sucedido en el pasado, y que,
junto a muchas más, habían ido formado parte del sendero y lo habían perfilado.
Esas huellas se habían ido borrando a medida que iba avanzando en su camino
hacía su nuevo horizonte, pero cuando echaba un vistazo atrás se daba cuenta
que cada uno de esos pasos, definían la esencia de la aventura y le habían
llevado a estar más cerca de donde quería estar.
-¿ Y donde quería estar?- pensó
-Aquí y ahora- verbalizó.
Su piel estaba erizada, fruto de la sensación que
experimenta el cuerpo al ser expuesto al sol cálido de una mañana de invierno y
la brisa que roza cada rincón visible de su alma.
Esa misma brisa marcaba el ritmo del baile juguetón
que llevaban cada uno de los mechones de su pelo, de izquierda a derecha, de
arriba a abajo, de delante a atrás… recordándole aquellas tardes de melodías,
en donde intentar enseñar la entonación de una partitura a su sobrino Gabriel,
era chocolate puro con frambuesa (su postre favorito). Esas clases de solfeo
llenas de notas desafinadas sonaban en el garaje de la casa de sus compañeros
de calle, allí en SU Portonovo.
Ese puerto nuevo, que le había visto nacer, crecer
y le había dicho adiós hacía más de diez años.
…Como lloraron algunos pocos cuando se fue… Ahora
mismo, era consciente de que eran más pocos que muchos...menos que más…era
consciente de que algunas de las perlas que había encontrado en su camino,
habían dejado de brillar…pero otras eran puros diamantes…
El garaje era un lugar frío, salvaje, destartalado,
tenue, gris, melancólico, hambriento de luz, desamparado y totalmente desolado.
Aún así dos veces por semana, como arte de magia se convertía en una habitación
amarilla tirando a naranja, como de atardecer, una habitación cálida, donde se
podía encontrar complicidad, confidencialidad y ternura. Pero esto no era fruto
del azar, o fruto del encontronazo de un personaje mágico que a toque de barita
acallaba los gritos desesperados de la habitación por ser habitada, hogarizada
(palabra que había inventado con unos amigos una tarde de guitarras, birras,
petas y rock español)…esto era pura vida.
La mente de Teo se evade……Pura Vida…conciertos en
bares, surf, olas, curvas caribeñas, color tostado, olor a café, una toña, pasta
de frijol, pipa fría, una paila, una cumbia a la luz de la luna y un “casamiento”
…aunque con ella, si se hubiera casado…con pollo o con ternera, con arroz y con
frijol…con dinero y sin dinero, con limón y sal, con nata y con sirope de
caramelo, en la playa y en la montaña…pero alto! esto ya se había escrito y ahora
se encontraba frente a nuevas hojas que rellenar.
Para Gabriel su tío era…admiración en estado puro,
el caballo ganador de la carrera, el galgo más veloz, el pirata triunfador que
siempre conseguía encontrar su tesoro y se llevaba a la bella dama…su musa, su inspiración.
Gabriel no sentía interés alguno por la música,
pero estar cerca de su tío le hacía sentir GRANDE. Esta es la razón por la cual,
aquel joven destinaba esas ocho tardes al mes, en aprender a disfrazar un
desinterés musical por una pasión musical al más estilo beso de Hollywood.
El problema hasta aquí fue…que el músico no supo
leer entre líneas, no supo ver la admiración en los ojos del apasionado, del
discípulo y cegándose de amor propio…se alejó, decidió tomar lo que era suyo,
su propia vida y alejándose lo dejó solo. Solo frente a problemas familiares,
deudas, enfermedades…sufrimiento sin clave de sol.
Y así estaba él ahora, solo, paseando por su
memoria, removiendo su pasado y deteniéndose a observar aquellas pequeñas
piedras preciosas que había ido dejando atrás en su viaje, sin haber reparado
en ellas durante el trayecto.
Tomó aire, se sentó en la arena y volvió a leer la
carta.
No se detuvo en las palabras hirientes, porque se
ruborizaba, se avergonzaba al tener que reconocerlas como verdades
indiscutibles y terroríficamente asumibles.
Releyó rápidamente hasta la historia de las
estrellas, no había recordado esa noche en años, hasta que llegó a la línea 25
del segundo folio de la carta.
…Aún recuerdo aquella noche en la playa (decía la
carta)…en la que me hiciste creer que aquellos pequeños faros de luz, eran
pequeñas luciérnagas mágicas que concedían deseos, recuerdo como fuimos
redactando mentalmente mi lista de los sueños, como fuimos reflexionando y como
por arte de magia me hiciste meter dentro de aquel frasco cada uno de ellos,
como lo tapamos con aquel corcho y como me dijiste que cada una de esas
estrellas, ahora eran mías y que podía hacer con aquellos sueños lo que
quisiera. Eran míos, solos míos…y nadie podría arrebatármelos jamás, porque yo
era el dueño de los mismos.
…Aún recuerdo el primero de ellos, que nunca
compartí contigo (orgullo de adolescente) ser como tú y estar siempre a su
lado.
En ese momento sintió una puñalada en el alma y
sintió que quería ser grano de arena, y dejarse transportar por el viento,
hasta allí, hasta aquel pueblo de Galicia, hasta aquella habitación de hospital
donde se encontraba su hermano, hasta el sillón de al lado de la cama donde
estaba Gabriel cada noche descansando.
Ser ágil, ligero, imperceptible a la vista pero no
al tacto…quiso estar en forma de abrazo.
Quiso ser su manta de sofá del domingo por la
tarde, quiso ser su jersey de lana, su cadena del cuello, su bufanda, su sábana…quiso
ser…y estar…
A la mañana siguiente reservó el primer vuelo
disponible con destino Pontevedra.
Un billete de ida…
Bajó las persianas de su apartamento en San
francisco, como si fuera a volver la semana
siguiente y cogió unas pocas prendas de vestir.
Al llegar al hospital, solo llevaba un objeto entre
sus manos…
Al entrar en la habitación 302, Gabriel no pudo
contener las lágrimas de emoción al ver a su tío y ver lo que llevaba en las
manos, era una pequeña botella llena de diminutas estrellas doradas que se
movían al compás de los movimientos de la mano que la sostenía…
Teo con una sonrisa en su cara…le dijo…en mis
sueños estás
Le dio una botella vacía y le dijo: He venido para
quedarme, ¿me ayudas a llenarla?